Cada vez que una mujer se acerca turbada y definitiva,
mi cuerpo se estremece de gozo y mi alma se magnifica
de horror.
Las veo abrirse y cerrarse. Rosas inermes o flores carniceras,
en sus pétalos funcionan goznes de captura: párpados tiernos,
suavemente aceitados de narcóticos. (En torno a ellas,
zumba el enjambre de jóvenes moscardones pedantes.)
Y caigo en almas de papel insecticida, como en charcos
de jarabe. (Experto en tales accidentes, despego una por
una mis patas de libélula. pero la ultima vez, quede con el
espinazo roto.) Y aquí voy volando solo.
Sibilas mentirosas, ellas quedan como arañas
enredadas en su tela. Y yo sigo otra vez volando solo,
fatalmente, en busca de nuevos oráculos.
¡Oh Maldita, acoge para siempre el grito del espíritu
fugaz, en el pozo de tu carne silenciosa¡
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